Aquel Horizonte - Esmeraldas

Con cautela y mucho cuidado en los detalles, Ramón observa las montañas extremadamente verdes que aquel balcón de su casa en Los Almendros le permite divisar en el horizonte.

Son unas montañas que aparentan movimiento gracias a la gran cantidad que hay de ellas y por la forma en la cual cada una interrumpe el paso de la otra.

A Ramón le gusta observar aquel conjunto de montañas mientras recuerda como un par de décadas atrás aquellas que se encontraban a los costados de su amado barrio (del cual nunca se despego) se venían a bajo a causa de un feroz Fenómeno del Niño que atacaba por segunda vez en la corta historia de la pequeña Esmeraldas.

Es muy consciente al
predecir que si escribiera sus memorias seria cruelmente criticado e incluso desterrado, pues conoce perfectamente en palabras la forma de describir lo que siente mientras observa aquellas montañas: Morbo.

Ramón desea verlas caer, una por una, cual si fuese una danza sincronizada.

El teléfono suena, el cuerpo no le permite contestar tan rápido como el desea pero llega. Beatriz, la única mujer que amó toda su vida -incluso a pesar de no haberle podido dar hijos- acaba de morir en una explosion en la vieja Refineria ubicada en las laderas al otro lado de las montañas que dia a dia roban horas en la vida de Ramón.

El deseo de ver aquellas montañas caer, no solamente robaron el paso de los horas en los dias interminables de un hombre lisiado que veía sus días pasar por un futuro ideal que nunca llegó, también impidieron que Ramón observe lo que realmente sucedía ante sus ojos mostrandose incluso verdes cuando color era algo de lo que hace mucho aquellas montañas carecian.

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